DE TODOS LOS ARTICULOS DE PRENSA QUE HE VISTO, EN ESTE PODREIS LEER DE UNA FORMA MAS HUMANA LA TRAGEDIA SUCEDIDA HACE UNOS DIAS EN BARAJAS
Gabriel Ortega, de 21 años, habla por teléfono con su amigo Roberto a las once y media de la mañana del miércoles. Le comenta que está nervioso porque es la primera vez que va a montar en avión, al igual que su compañera, Mari Carmen Rojo, de 22. El vigués Alfonso Castro quiere volar a Las Palmas con su hijo, pero se ve obligado a desistir y le dan plaza para el siguiente vuelo. Algo parecido le sucede a una pareja canaria que llega tres minutos tarde al mostrador de facturación. María Loreto González Cabanas, de 57 años y natural de Monforte, sí llega puntual. Pensaba viajar días más tarde, pero su hija Clara, de 20, la logró convencer para hacerlo ese miércoles. Un inconveniente: no pueden sentarse juntas, a la muchacha le toca la fila 27, muy cerca de los motores.
A la una de la tarde el Sunbreeze está en la pista a punto de despegar con rumbo a Gran Canaria. Pero Antonio García Luna, el experimentado comandante de 39 años que lo pilota, casado y con dos hijas, detecta que algo no va bien. Tiene un piloto rojo encendido en su impresionante cuadro de mandos. Decide abortar la salida para que los técnicos de mantenimiento de la compañía revisen la avería. «Con este avión así, yo no vuelo», asegura contrariado.
Después de 33 minutos de trabajo, le dicen que todo está arreglado. Pero el técnico de Spanair se ha limitado a desconectar el mecanismo que activa el calentador de la sonda que mide la temperatura exterior en vuelo, que no funciona. Es decir, «aísla» el problema, aplicando lo que dice el manual de seguridad del fabricante, según el cual el MD-82 puede volar hasta 10 días en esas condiciones.
Sin embargo, algunos de los pasajeros del fatídico vuelo JK5022 no las tienen todas consigo, sospechan que el McDonnell Douglas no está en condiciones para volar. Por eso, quieren bajarse del avión, pero no los dejan, porque las puertas ya están cerradas. «Amor, se me averió el avión. Estábamos en la pista de salida y regresamos. Tengo a todos los técnicos y mecánicos revisándolo. A ver si me cambio de avión. Besitos amor. Hasta pronto», dice el mensaje que Rubén Santana, un camionero canario de 45 años que pensaba volar por la noche pero adelanta al viaje, envía a su mujer. Esta le contesta con un lacónico «Vente a casa». Pero Rubén le responde: «No me dejan bajar. Vamos a salir ya».
Más confiada, Lucrecia Hernández, de 51 años, que viaja con su marido Laurencio García, de la misma edad, y sus dos hijos llama a un amigo que iba a ir a recogerlos en el aeropuerto de Las Palmas para decirle que ha habido un retraso por una avería, pero ya está todo solucionado.
El comandante decide seguir adelante después de recibir el visto bueno de los técnicos. Inicia la maniobra de despegue con un fuerte viento de cola de siete nudos, pero inferior a los 10 de límite. El avión va lleno -162 pasajeros y 10 tripulantes- y cargado de combustible. García Luna apura al máximo la pista para intentar despegar. Algo falla, es como si el avión no tuviera potencia. Así, por lo menos, lo perciben presos de pánico algunos pasajeros.
Él sabe perfectamente que con un solo motor se puede despegar, volar y aterrizar. Logra que el aparato se eleve unos 70 metros, pero pierde el control y cae escorado hacia la derecha. Tras rebotar varias veces contra el suelo se produce un aterrador incendio. Los restos quedan esparcidos por un radio de 200 metros y varias columnas de humo presagian la tragedia. El escenario es infernal. Cuerpos carbonizados, gritos, lloros, quejidos. Los cadáveres están hirviendo.
Beatriz Reyes Ojeda, directora de zona de Caixa Galicia en Las Palmas, que durante el despegue había notado que al avión le faltaba potencia, levanta la cabeza y ve que el avión no tiene techo, ha quedado hecho añicos. Se hace un torniquete en la pierna y vuelve para proteger a dos niños, que se salvan del accidente.
Se trata de la mayor catástrofe aérea en los últimos 25 años en España, que esconde terribles dramas. La pesadilla de los atentados del 11-M se repite. «¿Si sabían que el avión estaba roto, por qué lo utilizaron?», se preguntan al día siguiente la mayoria de los españoles.
Los pasajeros están ya muy nerviosos cuando preguntan por qué se retrasa tanto el vuelo que los debe llevar desde Madrid a A Coruña. Spanair alega, como es costumbre en estas situaciones, «causas técnicas». Ante la insistencia, los empleados de la línea aérea que atraviesa por una grave crisis les dicen que se debe al reventón de un neumático de la rueda del avión. Más de tres horas después de la hora que tenía prevista para salir -las dos y cuarto de la tarde- parte para el aeropuerto de Alvedro. Los que llegan aquel día sanos y salvos, aunque un tanto enfadados, a su destino no pueden imaginarse lo que les va a suceder a los que abordarán aquel mismo MD-82 dos días después.
Gabriel Ortega, de 21 años, habla por teléfono con su amigo Roberto a las once y media de la mañana del miércoles. Le comenta que está nervioso porque es la primera vez que va a montar en avión, al igual que su compañera, Mari Carmen Rojo, de 22. El vigués Alfonso Castro quiere volar a Las Palmas con su hijo, pero se ve obligado a desistir y le dan plaza para el siguiente vuelo. Algo parecido le sucede a una pareja canaria que llega tres minutos tarde al mostrador de facturación. María Loreto González Cabanas, de 57 años y natural de Monforte, sí llega puntual. Pensaba viajar días más tarde, pero su hija Clara, de 20, la logró convencer para hacerlo ese miércoles. Un inconveniente: no pueden sentarse juntas, a la muchacha le toca la fila 27, muy cerca de los motores.
A la una de la tarde el Sunbreeze está en la pista a punto de despegar con rumbo a Gran Canaria. Pero Antonio García Luna, el experimentado comandante de 39 años que lo pilota, casado y con dos hijas, detecta que algo no va bien. Tiene un piloto rojo encendido en su impresionante cuadro de mandos. Decide abortar la salida para que los técnicos de mantenimiento de la compañía revisen la avería. «Con este avión así, yo no vuelo», asegura contrariado.
Después de 33 minutos de trabajo, le dicen que todo está arreglado. Pero el técnico de Spanair se ha limitado a desconectar el mecanismo que activa el calentador de la sonda que mide la temperatura exterior en vuelo, que no funciona. Es decir, «aísla» el problema, aplicando lo que dice el manual de seguridad del fabricante, según el cual el MD-82 puede volar hasta 10 días en esas condiciones.
Sin embargo, algunos de los pasajeros del fatídico vuelo JK5022 no las tienen todas consigo, sospechan que el McDonnell Douglas no está en condiciones para volar. Por eso, quieren bajarse del avión, pero no los dejan, porque las puertas ya están cerradas. «Amor, se me averió el avión. Estábamos en la pista de salida y regresamos. Tengo a todos los técnicos y mecánicos revisándolo. A ver si me cambio de avión. Besitos amor. Hasta pronto», dice el mensaje que Rubén Santana, un camionero canario de 45 años que pensaba volar por la noche pero adelanta al viaje, envía a su mujer. Esta le contesta con un lacónico «Vente a casa». Pero Rubén le responde: «No me dejan bajar. Vamos a salir ya».
Más confiada, Lucrecia Hernández, de 51 años, que viaja con su marido Laurencio García, de la misma edad, y sus dos hijos llama a un amigo que iba a ir a recogerlos en el aeropuerto de Las Palmas para decirle que ha habido un retraso por una avería, pero ya está todo solucionado.
El comandante decide seguir adelante después de recibir el visto bueno de los técnicos. Inicia la maniobra de despegue con un fuerte viento de cola de siete nudos, pero inferior a los 10 de límite. El avión va lleno -162 pasajeros y 10 tripulantes- y cargado de combustible. García Luna apura al máximo la pista para intentar despegar. Algo falla, es como si el avión no tuviera potencia. Así, por lo menos, lo perciben presos de pánico algunos pasajeros.
Él sabe perfectamente que con un solo motor se puede despegar, volar y aterrizar. Logra que el aparato se eleve unos 70 metros, pero pierde el control y cae escorado hacia la derecha. Tras rebotar varias veces contra el suelo se produce un aterrador incendio. Los restos quedan esparcidos por un radio de 200 metros y varias columnas de humo presagian la tragedia. El escenario es infernal. Cuerpos carbonizados, gritos, lloros, quejidos. Los cadáveres están hirviendo.
Se oyen lamentaciones y gritos de «¡me ahogo!». «¿Dónde está mi madre», implora un niño ensangrentado. La médica del Samur Ligia Palomino, de 41 años, sale despedida de su asiento tras el brutal impacto. Está casi inconsciente, pero la explosiva combustión del queroseno la espabila. Cuando logra levantarse solo ve cuerpos humeantes esparcidos a su alrededor.
La auxiliar de vuelo Antonia Martínez, de 27 años, sale despedida muchos metros tras recibir un fuerte golpe en el pecho. Pero está viva. Va a parar a un pequeño arroyo, donde permanecen otros pasajeros que se han salvado. No ve a ninguno de sus nueve compañeros de Spanair.
Amalia Filloy, de 47 años, aún está viva entre un amasijo de hierros, junto a su hija menor. Ve al bombero Francisco Martínez que va a ayudarla y le dice: «Primero saque a mi hija». No permite que la ayude a ella, quiere que rescate a María, de 11 años. Amalia y la mayor de sus hijas fallecen, pero su marido y la pequeña sobreviven. «¿Dónde está mi padre?, ¿es verdad lo que está pasando?, ¿cuándo termina la película?», preguntaba otro niño al que también rescata el valiente bombero.
La auxiliar de vuelo Antonia Martínez, de 27 años, sale despedida muchos metros tras recibir un fuerte golpe en el pecho. Pero está viva. Va a parar a un pequeño arroyo, donde permanecen otros pasajeros que se han salvado. No ve a ninguno de sus nueve compañeros de Spanair.
Amalia Filloy, de 47 años, aún está viva entre un amasijo de hierros, junto a su hija menor. Ve al bombero Francisco Martínez que va a ayudarla y le dice: «Primero saque a mi hija». No permite que la ayude a ella, quiere que rescate a María, de 11 años. Amalia y la mayor de sus hijas fallecen, pero su marido y la pequeña sobreviven. «¿Dónde está mi padre?, ¿es verdad lo que está pasando?, ¿cuándo termina la película?», preguntaba otro niño al que también rescata el valiente bombero.
Beatriz Reyes Ojeda, directora de zona de Caixa Galicia en Las Palmas, que durante el despegue había notado que al avión le faltaba potencia, levanta la cabeza y ve que el avión no tiene techo, ha quedado hecho añicos. Se hace un torniquete en la pierna y vuelve para proteger a dos niños, que se salvan del accidente.
Se trata de la mayor catástrofe aérea en los últimos 25 años en España, que esconde terribles dramas. La pesadilla de los atentados del 11-M se repite. «¿Si sabían que el avión estaba roto, por qué lo utilizaron?», se preguntan al día siguiente la mayoria de los españoles.
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